La siguiente historia consiste en una carta enviada a una chica en Paris. El chico comienza diciendo:
¡Carol! Me negué en vano a venir a vivir en su departamento de la calle carmiguel. No por los conejos si no por que me hiere al entrar en su orden serrada, realizado en finas mallas de aire, en el cual el ambiente musical es de carnada, cisnes que aletean con polvo, y el juego del violín y la viola en un cuarteto. Para mi es difícil ingresar en su ambiente donde alguien vive de muy buena manera lo ha elegido y dispuesto como un espejo de su espíritu, de un lado los libros, en otro los almohadones de colores, y en este precioso lugar una mesita y un cenicero, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía de un amigo perdido, (muerto) un altar de bandejas con te y cubitos de azúcar…
Usted sabe por que vine a su casa, usted se ha ido a Paris, mientras yo me quedo con su departamento la calle carmiquel, realizamos un simple y conveniente plan de convivencia hasta que noviembre lo traiga de regreso a Venezuela y me conceda alguna otro cosa donde quizás… aunque no le escribo por eso, le envío esta carta por causa de los conejos.
Me mude la semana pasada, en la tarde entre la nieve y el frío. Hice las maletas, avise en la mucama que se dispuso a instalarme, y su vi. al ascensor, cuando de pronto, entre en 1º y el 2º piso sentí que IVA a vomitar un conejo. Nunca se lo Avia explicado antes, no por deslealtad, solo que no es fácil explicar ala gente que de vez en cuando uno vomita un conejo, aunque siempre me a sucedido estando a su lo lado, a pesar de que aveces se me acure vomitar un conejo, no es razón de vivir en cualquier casa ni la razón de estar avergonzado y aislarse y andar callado.
Coloco dos de mis dedos en mi boca con forma de pinza y cuando ya esta en mi garganta lo halo por los orejas. Esto es veloz, higiénico y transcurre en cuestión de instante, una vez afuera busque de comer y yo lo saco conmigo al balcón y lo coloco en una gran maseta donde crece el trébol que sembré cuando me instale, el conejito levanta sus orejas y rápidamente come el trébol. Esta situación se volvió costumbre hasta que decidí sembrar trébol y regalar un conejo ya crecido ala vecina la señora del molino que creció en su hobby y se quedaba callada no era tan terrible vomitar conejos una vez que ya se estaba entrando en un ciclo (vomitar los conejitos darles de comer regalarlos y sembrar otros trébol) hubiera sido preferible al conejito... Así tendría que vomitar uno solo. A pesar que un mes distancia tanto, un mes es mas tamaño, saltos, ojos, salvajes, diferencia absoluta coral, un mes es un conejo. Me decidí a matarlo, apenas nacía dándoles unas pequeñas cucharadas de alcohol en el hocico, y luego lo sumaria Alos desechos.
Al subir al tercer piso en conejito se Moria en mi mano abierta, mientras Sofía (la mujer de la azotea) esperaba arriba, para ayudarme a entrar las moletas.. envolví el conejo en mi pañuelo, lo puse en mi bolsillo del sobretodo suel para que no se lastimara mientras caminaba. Apenas se Moria.
Al llegar arriba, Sofía no se dio cuenta de lo que estaba pasando, estaba fascinado con el ondulo problema de ajustar su sentido del orden a mi maleta, mis documentos y mis demás cosas antes sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión “ por ejemplo” apenas pude me encerré en el baño y pensé: matarlo ahora. El pañuelo estaba todo lleno de color, el conejito estaba blanco como nunca vi. otro. No me miraba solo me ullia y estaba contento; lo que era mas triste que le modo de mirarme. Enseguida lo encere en el bolso y me volite para ayudar a Sofía en ese momento comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomite un conejito negro. Y 2 días después uno blanco. Sin olvidar el de la cuarta noche que fue gris.
Carolo, tu debes de armar el armario q esta en tu dormitorio. Por cierto ahora loa conejitos están hay ¡verdad q parece imposible!, ni Sofía lo creía. Por que ella nada sospecha.
De DIA duermen, con la puerta serrada se convierte para ellos en una noche diurna. Las llaves van conmigo al trabajo. Sofía debe creer que desconfía de su honradez y me mira con duda; cada mañana me mira con ganas de decirme algo pero calla.
Su vida comienza a esta hora que sigue a la cena, cuando Sofía se lleva la bandeja con algunos cubos de azúcar y me desea buenas noches, si, me decía buenas noches y, Carol, eso es lo peor por que después de decirme eso se encierra en su cuarto y yo me quedo solo aquella sala solitaria, luego voy a mi cuarto con el armario condenado, solo con mi deber y tristezas.
Una vez en mi habitación los dejo salir del armario y enseguida se acercan oliendo mis bolsillos en los cuales oculto unas cuantas hojas de trébol, comen bien callados y correctos.
Son 10, casi todos blancos. Alzan sus tibias cabezas así las lámparas del salón, los 3 salen inmóviles de su día ellos que aman la luz por que su noche no tiene ni luna ni estrellas, ni siquiera fabules. Los observo de una manera embelesada a mis pies como si yo fuera un dios.
Carol! Ahora me llama por teléfono, son mis amigos con los cuales no hablo desde hace tiempo. Luis que me invita a una fiesta o Raúl para ir a la plaza con algunos viejos amigos. Casi no me atrevo a negarme, pero tengo que cuidar a los pobres conejitos; así que les invento algún trabajo y me quedo en mi casa. Hago lo que puedo para que no destruyan cosas, y para que Sofía no se de de cuenta pero son muchos y van creciendo.
Carol, querida Carol, mi consuelo es que son solo 10, solo esos 10 conmigo su diurna noche y crecimiento ya feos y naciéndoles pelos largos, ya adolescentes y llenos de urgencia y caprichos, pieza usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la calma que tengo al subir los pisos 1 y 2.
Bueno… basta ya, he escrito esta carta por que me importa probarte que no fui culpable del todo del destrozo y salvaje de su casa. Dejare esta carta esperándola, seria sórdido que el correo se la entregue alguna clara mañana de Paris.
Me quería sacar en vano los pelos que estropean las alfombras, alisar el bande de la tela roída, encerrados de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sofía venga subiendo. De nuevo le digo no tuve tanta culpa y usted vera los destrozos cuando llegue, algunos están bien reparados con un poco de cemento que compre en la ferretería.
Esta el amanecer y una fría soledad en la que caben las alegrías, los segundos usted y acaso tanto mas. Esta el balcón sobre el que estoy pasando, situado en carmiguel lleno de alba los primeros sonidos de la ciudad. De tantas formas no cree que le será difícil juntar 11 conejitos, tal vez no se fije en ellos, antes que pasen otras personas que quieran ocupar esta habitación.
Sin mas que decir que no sea pedirle disculpas por el desorden me despido de ti y despídeme de los conejitos que no tuve el valar de despedirme de ellos después de tanto tiempo
Elaborado:
Ruiz Richrad
Vargas Juan
5to A
4 may 2010
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